Haber recorrido más de tres mil kilómetros fuera de su país, Venezuela, no garantizó a Sandra obtener un aire de libertad, seguridad o algún cambio radicalmente positivo como mujer. Al contrario, hoy se siente “mucho peor” de como estaba en el lugar del que huyó.
Dentro de uno de los cuartos de láminas, cartón y maderas destruidas por humedad acumulada, que alquila en un campamento improvisado del parque La Soledad, vive desde hace más de cuatro meses o cinco, ya no recuerda, pues la invariabilidad de la semana para ella le ha hecho perder la noción del día a día.
Sola, a cargo de dos hijos, uno de ellos con dificultades de aprendizaje, se enfrenta al campamento, hacinada junto a otros centenares de personas, en su mayoría centroamericanas, donde las circunstancias la han orillado a seguir ejerciendo el rol de género impuesto en condiciones de precariedad.
Se levanta a “estirar el dinero”, dice; ver qué podrán comer en el día ella y sus hijos, con lo que su familia alcanza a mandarle.
No puede buscar un trabajo, porque, ¿quién cuidará de los niños?, se pregunta; mientras pone la ropa en una bolsa que llevará a la única lavadora que hay en el campamento y que comparten todos.
Pero su problema no sólo es la fila que debe hacer para poder usar este electrodoméstico a la intemperie, bajo el sol de marzo que ya cala; tampoco ver si alcanzará el poco dinero que tiene, sino también cuidar de sí misma en un contexto de riesgo a ser abusada sexualmente, a no poder recorrer los alrededores para buscar algún empleo menor que le permita tener más ingresos, porque es una mujer sola de la que dependen dos vidas.
Me siento igual de encerrada que en Venezuela. No salía porque ellos (sus hijos) estaban chicos, era… es peligroso y aquí es casi lo mismo, la gente no nos da trabajo, menos porque soy mujer. Aquí también me la paso encerrada
Sandra, Migrante venezolana
“Yo me siento igual de encerrada que en Venezuela. No salía porque ellos (sus hijos) estaban chicos, era… es peligroso y aquí es casi lo mismo, la gente no nos da trabajo, menos porque soy mujer. Ahorita contratan a hombres porque los ponen a cargar los camiones. Aquí también me la paso encerrada, más ahorita que ya nos atoramos; no tiene caso seguir hacia arriba (la frontera)”, cuenta.
La salud de una mujer migrante también se ve trastocada, pues como parte de iniciativas para implementar un control natal entre este sector ante el riesgo de sufrir abusos sexuales, organizaciones colocan implantes subdérmicos de manera gratuita para evitar embarazos.
Al igual que Sandra, para Deysi también la situación es de desesperanza. Ella tiene 19 años, tres hijos y un implante colocado el año pasado, que le ha causado los efectos secundarios con los que tiene que lidiar sin asistencia médica, porque no le alcanza para pagar tratamientos ni consultas.
Cuenta que a los dos meses de que se lo puso, comenzó con sangrados abundantes en periodos menstruales irregulares, lo cual, para ella, como migrante, le es difícil llevar, pues los recursos tampoco dan para comprar compresas, tampones o algún insumo que le ayude a lidiar con esos “días complicados”, como ella le llama.
Pero, a diferencia a Sandra, Deysi tiene marido, y éste, en las últimas semanas, se fue a trabajar como cargador en los locales del centro de la Ciudad de México; además, viajó desde Guatemala en caravana junto a una amiga y dos primas, cuyos hijos cuida mientras ellas salen a “trabajar”, dice, mientras desvía la mirada hacia arriba.
—¿En qué trabajan? –Pues allá, en donde están los camiones o se van más allá en los puestos con las otras muchachas, pero no diario —respondió, titubeante. —¿Trabajan en los locales, venden?— No, ellas están con hombres y les pagan… Aquí no hay de otra.
Pega en bolsillo de mujeres retorno de EU
El cinco por ciento de los mexicanos repatriados por el Gobierno de Donald Trump son mujeres de entre 30 y 35 años; ellas generalmente se emplean en cuidados, dando atención a personas de la tercera edad, niñeras, asistentes de limpieza y cocineras, pero al ser repatriadas a nuestro país ganarían hasta cinco veces menos de lo que percibían en Estados Unidos.
Así lo estimó Juan Guerrero, líder de la Fundación para el Bienestar de los Paisanos A.C., quien dijo que el salario mínimo en EU es de 7.25 dólares la hora, es decir, mil 160 pesos por una jornada de ocho horas (con un tipo de cambio de 20 pesos).
Pero el monto va variando según las leyes estatales y el tipo de labor que se desempeñe; mientras en México, el salario mínimo vigente para 2025 es de 248 pesos al día. La brecha es de 4.6 veces.
“A pesar de que en México se han hecho esfuerzos para incrementar el salario mínimo, sigue siendo mucho más bajo que en EU. Habrá que ver con qué expectativas llegan estos migrantes, los tipos de trabajo, pero ellas lo resienten mucho, imagínate de cuidar una persona allá ocho horas con un salario promedio más elevado; en México el tema de los cuidados se percibe con salarios menores”, dijo.
En el marco del Día Internacional de la Mujer, Evangelina Moreno, diputada de Morena, pidió a los legisladores, entre ellos Ricardo Monreal, coordinador de su bancada, para que, en el marco del segundo piso de la 4T, se consolide un sistema de cuidados en México a través de una reforma constitucional.
En un escrito, destacó la importancia de reconocer y dignificar a los sectores históricamente vulnerables, “entre ellos indígenas, migrantes, mujeres, niños, personas con discapacidad y, especialmente, es imprescindible ver los cuidados, como base para un futuro justo e inclusivo”.
En ese sentido las mujeres cuidadoras, principales ejes en sus hogares, dedican en promedio 38.9 horas a la semana a la labor; además, a largo plazo, tienen menos probabilidades de participar en empleos remunerados.
La ENASIC registra que en hogares de bajos ingresos, la falta de servicios públicos obliga a depender del trabajo no remunerado de las mujeres. Según el Instituto Mexicano para la Competitividad, 31.6 millones de personas en México, de 15 años y más, brindan cuidados sin recibir una remuneración a cambio, esto es, 32 por ciento de la población total.
Sin embargo, tres de cada cuatro personas cuidadoras son mujeres, en específico madres, quienes tienden a pausar sus carreras profesionales por este motivo.
Para la abogada Arely García, una de las violencias que más fuerte pegan a la mujer en la actualidad es la patrimonial.
“Es en las mujeres donde radica la economía de muchas familias de este país, creo que más allá de una ‘ayuda’, el Gobierno debería estar pensando en qué programas se van a crear para mujeres repatriadas que son jefas de familia, esto de las ayudas son paliativos, pero no van a curar el mal de este impacto económico para ellas”, dijo.
A finales de enero llegaron las primeras mujeres deportadas por EU. La parada: Albergue Flamingos, ubicado en Tijuana, Baja California; entre ellas había algunas niñas, acompañadas por sus madres, quienes en su mayoría trabajaban como trabajadoras domésticas en el vecino país del norte.
Magui Loredo, migrante deportada, dice que son necesarias políticas que garanticen el derecho al trabajo “digno y bien remunerado, pero sobre todo, que se garanticen los derechos a los que ellas aspiran y que perdieron en un momento dado, para hacerlas migrar”.