Impacta a niños migrantes falta de escuela

SUCESOS EN LINEA

El hijo de Sandra tiene 14 años y a su edad ya ha recorrido siete países del continente y se ha relacionado con miles de personas, aunque no hablen su idioma.

Ya tiene cúmulos de historias por contar, pero hacerlo será complicado, al menos si lo intentara en un texto, porque no sabe leer, escribir, ni tampoco hacer cuentas. Migrar desde Venezuela desde pequeño, junto a su familia, para intentar mejorar su futuro, ha pasado la factura a su educación.

El Dato: Entre los factores que impulsan la migración infantil están la violencia, la precariedad económica y la búsqueda de mejores oportunidades.
Tan sólo en el 2024, la Unidad de Política Migratoria registró el ingreso de 108 mil 444 personas en condición migratoria irregular que son menores de edad; es decir, niñas, niños y adolescentes migrantes que dejaron su lugar de origen, interrumpieron su educación y se ven expuestos a una incertidumbre sobre la garantía de sus derechos.

Juan Martín Pérez García, representante de la organización Tejiendo Redes Infancia, recalcó que la movilidad a la que se ven sujetos estos niños afecta directamente no sólo su educación, sino su derecho de identidad, ya que las escuelas son el soporte que tienen para formar su concepción sobre su entorno inmediato, como interactuar en éste, pero al migrar, no hay estabilidad alguna que permita dicho desarrollo.

“Ellos, al moverse por una decisión familiar, están abandonando no solamente la escuela como establecimiento educativo, sino su red de socialización, sus amigos, amigas; están ahí en una etapa importante de su vida construyendo identidad, vínculos de pertenencia y demás, y eso se rompe, literalmente se trastoca”, declaró, en entrevista.

Recalcó que el problema no yace en el acto de migrar, por sí mismo, sino en la carencia de estructuras alrededor de este fenómeno humano para preservar el acceso a los derechos.

Por ello, apeló a que se concreten acuerdos para crear, por ejemplo, mecanismos transnacionales de protección internacional de la niñez migrante, que permitan que las autoridades enfocadas a la atención a infancias definan planes para procurar el interés superior de ésta.

“No hay un solo país que pueda resolver esto solo. Necesita el concurso de todos los gobiernos de la región y esta es una gran oportunidad para que México voltee la mirada hacia América Latina, a quien le ha dado la espalda desde que inició el tratado de libre comercio, y recordar que tenemos más cercanía con América Latina que con Estados Unidos y Canadá, y que tenemos la gran oportunidad de construir una agenda latinoamericana en perspectiva de la población latinoamericana”, recalcó.

La Razón recorrió campamentos migrantes en el Estado de México y la Ciudad de México, donde un común denominador son niñas y niños que no saben leer ni escribir y pasan los días jugando, si es que el espacio lo permite, o de lo contrario se les va el día frente a los celulares que de vez en cuando sus padres les prestan para “que se entretengan en algo”.

Una de las pocas excepciones se da en el parque de La Soledad, donde más de tres centenares de migrantes haitianos, venezolanos, hondureños y de otras nacionalidades viven en espera de decidir qué es lo que les conviene.

Mientras determinan su situación, un grupo de maestras decidió dar clases en la parte trasera de la iglesia, donde intentan agrupar por edades a los niños, en espera de adecuar las clases a sus conocimientos; sin embargo, la realidad ha llevado a casi homogeneizar los cursos, porque así tengan 5 o 15 años, enfrentan las mismas problemáticas de lectura, escritura y matemáticas.

Entre ellos se encuentran Juan y su hermano, de ocho y siete años. Al concluir las clases a mediodía regresan hacia su campamento con los útiles dentro de un folder de plástico, en el que cargan con una libreta y las fotocopias que las maestras les dan para hacer la tarea: planas del abecedario, las tablas de multiplicar y los nombres de los colores.

La labor se vuelve compleja cuando se trata de buscar transmitir algún conocimiento a las y los niños que no hablan español, como los provenientes de Haití, a quienes después de las clases arman juegos de futbol con los demás niños,

Lo anterior les sirve para practicar algo de lo aprendido en un nuevo idioma para ellos: “Calmado, pasa la bola”, le dice uno de “los haitianos”, que viste una playera del Atlas al “wero venezolano” que quitaron de la portería porque ya había dejado pasar más de cinco balonazos.

Uno de ellos es el hijo de Alma, cuyas dificultades de aprendizaje, en medio de la migración, se cruzan con las que le generaron el haber nacido de manera prematura, a los seis meses de gestación.

“Cuando salí de mi país, el niño grande estaba en cuarto grado; el otro en primero. Me preocupa que no están estudiando y quiero que ellos aprendan, porque mi hijo de 14 años no sabe leer”, relató.

“Yo lo he puesto aquí y más o menos, pero no sabe y eso me preocupa a mí porque yo quiero estabilidad y quedarme en un sólo sitio, y meterlo en una escuela y ya estudie. Yo lo parí de seis meses y, cuando lo llevaba a los controles, la doctora me decía que le iba a costar aprender las cosas y le ha costado mucho también”, contó Alma.

Johany es otra migrante centroamericana y tiene dos hijos, uno de siete años y una pequeña de dos. El mayor asiste a clases improvisadas en el campamento para apenas aprender el abecedario, pues tampoco sabe leer.

“Ahorita lo tengo estudiándose el abecedario para que ya lo ayuden a que empiece a leer, porque ya en los colegios, a esa edad, por lo menos ya diferencian las palabras “mamá, papá”; entonces, está atrasado con eso”, dijo.

 

 


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